lunes, 19 de abril de 2010

POBLET


Ayer, anduvieron por casa unos amigos... pasamos unas horas muy gratificantes. Unas chuletillas de cabrito asadas a las ascuas de leña de almendro, regadas con generosidad con unos riojas y un ribera del Duero -que sí, que sí, que también tengo vinos de La Mancha, pero la ocasión lo merecía- acompañaron a un queso de oveja elaborado por un pastor de El Bonillo, sumergido en aceite de oliva durante trece meses; un manojo de esparragos trigueros abrileños, asados, y a los postres, unas sopas de pan en leche de cabra y rolletes de sartén consiguieron desatarnos - más que rolletes y sopas, el vino- la lengua y tras una larga y complaciente sobremesa en la que hablamos de lo divino y de lo humano, quedé con Ramón en rastrear en los viejos libros de Fiestas del pueblo para buscarle un artículo que escribió allá por los principios de los ochenta. Esta tarde, tras la siesta, he subido al desván a desempolvar papeles y trastos viejos sin encontrar lo que buscaba. Sin embargo, sí encontré un pequeño y corto diario manuscrito, olvidado en los estantes, de cuando Pedro Turras y yo fuimos a pasar dos semanas de reflexión al Monasterio de Poblet, en la provincia de Tarragona, muy cerca de Espluga de Francolí. ¿Recuerdas, Pedro? Sí, claro que te acuerdas, ya hemos hablado de "aquello" en numerosas ocasiones. El diario no especifica el año, creo que fué en 1.979. Transcribo aquí el principio tal y como lo escribí en aquellos días.


13 de enero.
Vamos en el autobús camino del Monasterio. La intensa niebla no deja ver más allá de unos doce metros. Me pregunto cómo será nuestra estancia. Ya hemos llegado. El autobús nos dejó en un cruce de carreteras. A nuestra izquierda se alzan las murallas del Monasterio. Apenas perceptible por la densidad de la niebla, se adivina la torre de la iglesia. Nos esperan. El portero, un monje de unos cuarenta años, aunque aparenta muchos menos, nos hace pasar a una gran sala en la que hay una acogedora chimenea con lumbre de troncos. Dos personas más esperan. Tras unos minutos nos conduce en silencio a nuestras habitaciones. Son austeras: una cama, mesa, silla, armario y lavabo. También hay una pequeña estufa eléctrica. Nos instalamos e inmediatamente bajamos para hablar con él. Nos guía por diferentes estancias para que conozcamos un poco el Monasterio por dentro. Ya es de noche. La quietud reina por doquier. Nos resulta impresionante, aunque hemos visto muy poco. Volvemos a nuestras habitaciones hasta la hora de las vísperas, un acto litúrgico. Es la primera vez que oimos a los mojes, pasan silenciosos, en dos filas, y se instalan en el coro. No entendemos lo que cantan puesto que lo hacen en catalán, pero las voces conjuntadas con el órgano suenan en mis oidos maravillosamente. Tengo la sensación de que actúan para nosotros dos, puesto que somos los únicos espectadores en este templo inmenso. Al terminar, el hermano hospedero nos abre la verja y nos hace pasar al claustro por donde se va al refectorio para cenar, son las 7:30. Solo hay una pequeña luz encendida. Pasan los monjes, silenciosos, encapuchados. Se escuchan sus pasos y el rumor del agua de una fuente que no se ve, pero que se adivina cercana, mañana la podremos ver a la luz del día. Mis sentimientos son de ¿temor?, ¿respeto?
En la cena todo es silencio, unicamente se escucha a un monje, que desde el púlpito lee un texto del Papa Juan Pablo, habla de violencia, de derechos humanos, del cristinismo y de su postura ante los problemas de la humanidad. Nos extraña que hable en castellano, creo que lo hace por nosotros.
Al oir todo ésto, reflexiono sobre la Iglesia, siempre ha estado al lado del poder, que el Vaticano es un estado muy rico, que defiende a la burguesía y el capitalísmo. Al terminar la cena nos dirigimos a nuestras habitaciones, no son más de las 8 pero me encuentro cansado y me acuesto, no sin antes leer un poco de un libro que me ha dejado Pedro, Formas de Alienación en la sociedad burguesa.

14 de enero.
Me levanto a las 7 pero llevo despierto al menos desde las 5 o así. Bajamos al claustro para ir a desayunar. Es aún de noche. Al pasar por la puerta que da a la iglesia escuchamos el cántico de los monjes. Esperamos. El ruido del agua de la fuente cercana se une al gregoriano. A nuestras espaldas oimos abrir una puerta. Ya salen. El hermano hospedro se nos une y nos dirige. Nos sirven café con leche, mermelada, mantequilla, queso y pan. Es copioso. Compruebo que mientras a nosotros nos ponen diferentes platos y vasos, ellos solo utilizan una escudilla. Al terminar nos vamos a pasear por el huerto y la granja. Descubrimos a un perro enorme, de raza San Bernardo. Hay gran cantidad de gallinas encerradas en jaulas y mucha tierra para cultivar. Descubrimos viñas, melocotoneros, perales, manzanos, avellanos. Creo que también tienen vacas o cabras, por el olor, pero no sabemos donde están. Hace frío y hay niebla. Paseamos por las viejas almenas...
El manuscrito consta de 6 hojas de bloc grande, de anillas, escritas con detalle, en todas sus páginas, pero aquí me quedo. Al leerlas ha vuelto a aflorar de mi memoria aquellos días de activismo, compromiso social y rebeldía....
Para quien le interese, sabed que la Hospedería del Monasterio situada dentro del recinto conventual, admite solo a hombres que quieran compartir la vida con los monjes por unos días en un clima de silencio y sencillez.

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