lunes, 15 de octubre de 2012

LAS GACHAS DE JULIÁN

    Cuando al Julianico le da el aberrunto no hay quien lo pare. El caso es que el domingo, todo decidido a cocinar unas gachas, pone la sartén en la lumbre y de la alcuza vierte casi medio litro de aceite.
     El Marcos (curioso, su nombre es Antonio pero es costumbre llamarle Marcos, no se la razón), que venía con la querencia de hacerlas él, algo disgustado le espeta -Ande vas con tanto aceite afilamazas que te van a salir pringás.
       -  Odooo… -contesta contrariado Julián-  cállate ya so metijoso, y acércame un trago vino que estoy transío.
     Ya que el aceite está caliente, demasiado caliente por el exceso de leña que ha echado a la lumbre, le endiña a la sartén unas tajaillas de hígado de cordero, las retuesta, de tal modo, que el aceite queda quasi negro y requemado, al retirar el hígado, pone el tocino, que tras unos minutos en el aceite y ya frito, lo aparta en un plato. Ni qué decir tiene que ha dejado parte de su grasa en el aceite y ahora el nivel líquido, más negro que el cerote, llega casi a la mitad de la sartén; fríe unos ajos y añade, sin tiento ni medida, un montón de harina de guijas al tiempo que refunfuña entre dientes una oración apenas perceptible, quizá pidiera a los dioses ayuda, y de seguido pone unas cucharás de pimentón picante. 
     - A ver cuanta harina echas que somos ocho, no nos vayamos a quedar con hambre- vuelve a replicar Marcos.
    - Déjame tranquilo hierveenseco y tráete más vino que a la redoma se le ve el culo.
      No es que Julián se haya bebido el vino, hemos sido los convidados que, expectantes  y en silencio apuramos la redoma acompañando unos trozos de guarra algo picantosa que invita al trago, sin dejar de observar los quehaceres culinarios del  cocinero improvisado, que mete con ganas el cucharón y remueve el  mejunje de oscuras pringues, harina y pimentón, al tiempo que se rasca ostensiblemente y sin pudor alguno, las algallotas. Pone más leña bajo la sartén y cuando mejor le parece, añade agua, deja hervir e incorpora las tajaíllas de hígado previamente machacadas, algo de sal y un poco de canela. Unos minutos más y por la superficie de las gachas humeantes comparecen la grasa y el pimentón, dándole un aspecto algo más  agradable, aunque sin llegar a parecer apetecibles. Julián retira la sartén del fuego y nos anima, repartiendo el pan, a comer. El hambre, la fresca mañana y los ánimos del cocinero, nos empujan, sin mucho entusiasmo, a probar a ver qué pasa; nos tememos una catástrofe. Alguna mirada  dubitativa, algún gesto vacilante, pero las navajas se abren y las primeras mojás de los más atrevidos van a la sartén. Entre sopas de gachas, vino y algunas risas, abarriendo y abarriendo el  fondo a la sartén se va viendo. Acompañan, para enmascarar el sabor de las grasientas gachas, unas guindillas en vinagre y el tocino frito. ¡¡ Increíble, asombroso… acabamos con ellas!!  Para  premiar al cocinero le tiramos las abarcas al tejao, modalidad ésta de manifestación de enfado y contrariedad, con gran cabreo de Luis, propietario del lugar, que pronostica alguna teja rota. De penitencia anduvo toda la mañana, descalzo, para la expiación de su pecado.  Doy fe de que, a los que comimos las gachas,  no nos  pasó nada.


     A eso del medio día dimos buena cuenta de un cordero. Éste sí, guisado como dios manda. He de manifestar que todos los presentes nos dejamos arrastrar, complacidos, por el pecado capital de la gula. 
     Ya anochecío el Julianico, ahíto, algo tolovero y agachetao se ausenta, va a lo que él llama enjalbegar la gorrinera o lo que es lo mismo a meter el chorizo en aceite.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Una manera como otra de hacer mal las gachas, bien relatada; con palabras curiosas. Lo que no entiendo es eso de "enjalbegar la gorrinera". Me gusta este galimatías de blog.