viernes, 30 de julio de 2010

SOLO PARA LOCOS

Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción vacacional, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante y tengo que refugiarme, desesperado, en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres. Cuando estoy una temporada sin placer y sin dolor, anodino, y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí, arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o... una catedral, o a mí mismo. De cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes...., de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que más odio, detesto y maldigo principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo de burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.
En tal disposición de ánimo termino yo mis vacaciones, insatisfecho, asqueado, descorazonado. Me calzo las chanclas, me voy a la calle para beber lo que los hombres que beben llaman "un vaso de vino" según un antiguo convencionalismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te comprendo perfectamente, Herminio. También a mí me invade una sensación de hastío en vacaciones, ¿será que mi equilibrio lo encuentro trabajando?